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En una mañana brillante de primavera, cuando los rayos del sol jugaban a esconderse entre las hojas y el canto de los pájaros llenaba el aire, una pequeña niña de cabellos dorados llamada Ricitos de Oro decidió embarcarse en una aventura.
Una mañana, Mamá Osa sirvió la más deliciosa avena para el desayuno, pero como estaba demasiado caliente para comer, los tres osos decidieron ir de paseo por el bosque mientras se enfriaba. Al cabo de unos minutos, una niña llamada Ricitos de Oro llegó a la casa de los osos y tocó la puerta.
Este cuento nos enseña el valor del respeto a los demás y a su intimidad. Lo hace a través del personaje de Ricitos de Oro, que no muestra ningún respeto por los osos ni por sus cosas, entrando sin permiso en su casa y comiéndose su comida.
Érase una vez que había tres osos: un Papá Oso, una Mamá Osa y un Bebé Oso. Ellos vivían juntos en una casa amarilla con un techo rojo en medio de un gran bosque.
Ricitos de oro no lo sabía, pero esa casa pertenecía a tres osos. Estaba el gran Papá Oso, una Mamá Osa mediana, y un adorable Bebé Oso, no más grande que la propia Ricitos de Oro. Los tres osos acababan de salir para dar un paseo por el bosque mientras se enfriaba la cena. Por eso, cuando Ricitos de Oro llamó a la puerta, nadie respondió.
ÉRASE UNA VEZ UNA FAMILIA COMPUESTA POR TRES OSITOS QUE VIVÍA EN UNA HERMOSA CASITA EN EL CORAZÓN DE UN GRAN BOSQUE. EL PAPÁ OSO ERA MUY GRANDE, LA MAMÁ OSA ERA DE TAMAÑO MEDIANO, Y EL HIJITO ERA UN OSITO MUY PEQUEÑO. UN DÍA, MAMÁ OSA PREPARÓ TRES PLATOS DE SOPA PARA LA HORA DEL ALMUERZO.
Tres osos enormes entraron en la casa. Eran Papá Oso, Mamá Osa y Osito, una familia de osos encantados que protegían el bosque. Al ver a Ricitos de Oro en su sillón, Mamá Osa exclamó: «¡Alguien ha estado en mi sillón!». Papá Oso, con voz grave, rugió: «¡Y ha comido mi sopa!». Osito, asustado, gritó: «¡Y hay alguien durmiendo en mi cama!».